Entre las novedades que he experimentado durante mi estancia en los Estados Unidos, se destaca la celebración del Día de Acción de Gracias. Festividad tan importante como la Navidad, en la que, de cara al invierno, se agradecen los alimentos que nos han nutrido durante todo el año.
Ya en algunas películas y series había tenido ocasión de observar cómo las familias se reunían en torno a la mesa, con un enorme pavo a la cabeza de un gran banquete. Pero hoy que estoy aprendiendo a cocinar, lo que tenga que ver con alimentarse, platillos, nutrientes, ingredientes, comida, está cobrando una nueva dimensión en mi vida.
Comer siempre ha constituido un gran placer para mí, pero ¿qué hacer para comer? Mi primera impresión respecto a esta nueva aventura, es que lleva implícita una cantidad enorme de planeación, esfuerzo y trabajo. Esto me ha tomado completamente por sorpresa.
Ninguna receta, por fácil o rápida que se anuncie, me ha parecido otra cosa que laboriosa y causante de muchas superficies y trastes sucios. Ello no quiere decir que cocinar me desagrade. Y, como todo lo que apenas estamos empezando a cultivar, estoy segura que con el tiempo me irá llegando la buena mano. Mientras tanto. No tengo empacho en contar por aquí algunas de mis peripecias culinarias, y las de mis compañeros.
El arroz blanco fue mi primer acercamiento con la estufa. En un primer intento quise usar arroz integral, pero se me quemó y la maestra dijo que con el arroz blanco es menos probable tener esta clase de accidente. Decidida a lograr algo más que un burdo arroz cocido, le agregué una dosis generosa de una mezcla de condimentos cajún, conocida como “Slap Your Mama” (bofetada a tu mamá). Después de todo, (pensé), en México somos buenos para el picante. No tardé en empezar a toser. Pronto me hicieron coro, primero la maestra, luego mis compañeros, seguidos de todo aquel que osara entrar a la cocina en ese momento. Sobra decir que en mi tercer intento no aspiré más que al arroz blanco; noble y austero. Y lo logré.
Uno de los requisitos para aprobar la materia de Cocina es hacer pizza desde cero, empezando por la masa. La receta indicaba golpear la masa durante unos 3 minutos antes de refrigerar. (¿3 minutos? ¿Por qué no 20?). El resultado fue que en vez de crujiente o suave, la masa de mi pizza quedó chiclosa y tiesa. “Hay que seguir las recetas al pie de la letra cuando eres principiante” aseguró la instructora en tono neutral. “En especial a la hora de medir cantidades para los ingredientes y de tomarle el tiempo a una cocción”. Para que te den un platillo bueno, no es necesario que quede delicioso, tan solo comestible; no crudo ni quemado. Mi pizza fue tildada de “comestible”, pero no sabrosa, así que tras degustar trabajosamente la primera rebanada, tiré el resto a la basura.
Desastres como el anterior me han enseñado a no “aprovechar” para ir al baño mientras algo se está hirviendo, sufriendo o dorando en la estufa. Cada estudiante prepara una receta por semana. Hay un refrigerador comunal en donde se guardan las confecciones en curso de cada quien: las verduras ya rebanadas y listas para saltearse al día siguiente. La salsa que se le va a agregar al espagueti. El pescado ya sazonado.
En cierta ocasión un compañero notó desconcertado, que su mezcla para hotcakes estaba excesivamente líquida. La maestra y él repasaron cuidadosamente los ingredientes y los pasos efectuados. El compañero se había ceñido a ellos rigurosamente. ¿Y entonces? ¿Sería la presión atmosférica?, ¿la cercanía de las cebollas picadas? ¿El transcurso de dos días entre el inicio y el término de armar la mezcla? La respuesta de este enigma resultó sorprendentemente simple: En vez del tazón lleno de mezcla para pancakes, mi compañero había estado trabajando con el betún que otra estudiante tenía listo para decorar su pastel.
Así pues, cuando las equivocaciones me atormentan, hago acopio de paciencia y tomo nota de que estoy muy lejos de ser la única en verse obligada a llegar a la escuela con media hora de anticipación la mañana siguiente, para por fin lavar las ollas que ha dejado remojando. Respiro profundo cada vez que una hora de clase se me va en localizar el orégano, la quinoa o la crema que alguien más ha dejado fuera de su lugar. Ya no siento que se me viene el mundo encima cuando debo repentinamente pasar de usar la estufa de gas, a trabajar en la eléctrica, porque alguien ha dejado la superficie incrustada de restos de comida que se queman y provocan que se active el detector de humo.
He oído decir que en tiempos muy pretéritos en los que el matrimonio era el cúlmen en la vida de una mujer, en nuestro vecino país del norte existía lo que se conoce como “finishing schools”. En ellas, una señorita próxima a casarse, dábale los toques finales a su educación, aprendiendo administración del hogar y a ser impecable en su papel de anfitriona. ¿Estoy acaso próxima a casarme?, oigo a alguien preguntar. Pues solo que sea como dijo Bjork en su canción ISOBEL: “Married to myself”. Que para crecer en lo personal, y así poder dar lo mejor de nosotros, nunca es tarde. ¿Cierto?