En el centro de entrenamiento para personas ciegas donde me encuentro estudiando, aprendemos habilidades que nos facilitan uno de los bienes más preciados para quienes vivimos con alguna discapacidad: la autonomía.
Buscarse la autonomía no tienen nada que ver con rechazar la ayuda de los demás por orgullo o mera terquedad. La persona con discapacidad que día tras día hace lo que sea necesario para conducir una vida en términos de autonomía y equidad, tiene un parámetro muy distinto a la simple comparación con las así llamadas “personas normales”. Buscamos de hecho, algo mucho más pedestre: Tener la opción de pedir o aceptar las ayudas, o no. Una vez que yo, como persona ciega, dispongo de más de una opción para realizar alguna actividad, (digamos, ir de compras, hacer de comer o redactar algún documento), puedo abandonar las ataduras de la conveniencia, y tú las del deber, o hasta la culpa.
Durante mi entrenamiento me he dado cuenta que este plano de igualdad, permite algo mucho más hermoso que el vincularnos con las demás personas por necesidad. Bienvenir a alguien, disfrutar de su compañía por el mero placer de ella, y hasta agasajar a un grupo de amigos. Es uno de los inacostumbrados retos que forman parte de nuestros requisitos de titulación para la materia de cocina.
A continuación el recuento de mi frenética experiencia a la hora de planear, preparar y servir alimentos a un grupo de amigos. Lo que aquí se conoce como, “La Comida Para 8”.
La comida es para 8, porque entre las personas que han de sentarse a la mesa en ese día tan especial, estás tú, la profesora de cocina, y otras seis personas de tu elección. Pueden ser estudiantes o maestros. Deberás escribir invitaciones en braille para cada uno. Tu menú debe incluir proteína, verdura, carbohidrato, bebida y postre. Es decir, una comida completa.
Yo me decidí por un curry de garbanzo con coco servido sobrecama de arroz de coliflor, naan (pan de levadura con que se acompaña la comida en India), té de mandarina, y helado de mango con naranja.
Puedes ir de compras al súper, con dos días de anticipación. Puedes disponer del día previo a la comida para preparar y cocinar lo más posible en horario de clases, que es de ocho a cinco. También dispones, (el mero día), de cuatro horas antes de sentarnos todos a comer.
Pero no hay que olvidar que también hay que poner la mesa, que absolutamente nadie puede brindarte ayuda de ningún tipo, y que todo debes hacerlo, (incluyendo las compras en el supermercado), con el cubre ojos bien puesto.
Por recomendación de la profesora de cocina, las recetas había que practicarlas antes. Así lo hice, y en especial el Naan que me había quedado delicioso la primera vez. Pero ya con los nervios del mero día…
Lo primero que pasó es que llegando a la escuela en la mañana, noté una capa de algo extrañamente membranoso y resbaladizo al interior de mi masa. ¿Algún tipo de hongo?
¡Pero esto no me pasó la semana pasada! Pronto descubrí que se trataba de un envoltorio de mantequilla que quedó accidentalmente arrollado en mi masa el día anterior cuando la dejé reposar para que doblara su tamaño.
– “Suerte que te diste cuenta”, me animó la maestra. “Evitaste un posible pequeño incendio en la estufa”.
No se gracias a que extraña intuición me llegó la idea que mezclar los ingredientes al tanteo, podría dar mejor resultado que siguiendo las proporciones indicadas en la receta, por lo que pronto mi delicioso pan de la India empezó a desbaratarse mientras le daba la vuelta en el sartén. Esto me consumió más y más tiempo, y los retrasos empezaron.
Mientras tanto, mi helado de mandarina con albahaca estaba tan congelado que era imposible servirlo. Mi intención era llevarlo a la mesa a emplatar para no tener que hacer esto frente a mis invitados. Así que lo dejé en el mostrador para que se ablandara un poco. Cuando me acerqué a checarlo, se había derretido por completo.
Mis comensales ya estaban terminando de comer, yo desde luego, no encontré nunca el momento de sentarme a compartir los alimentos con ellos debido a tantos pequeños contratiempos.
– “Vas a tener que escoger entre servir el helado como está o no servirlo”, me indicó la maestra. “Ya no tienes tiempo de volverlo a meter al congelador”.
¿No servir el postre? Lo pensé. Si yo estuviera disfrutando de una comida donde repentinamente me informaran que se canceló el postre, se me rompería el corazón. Después de todo, mi helado, aún en estado líquido tenía un sabor refrescante y delicioso. ¿La solución?: Presenté el postre diciendo que se llamaba sopa de fruta fría. Y mis invitados quedaron complacidos.
A estas alturas de mi entrenamiento, he tenido la fortuna de sentarme a la mesa de varios compañeros que me han invitado a su “Comida para 8”. Y me ha tocado ver de todo: Hay quienes se ven tan transformados por el estrés de la ocasión, que de repente desconocen la cocina donde tantas veces han trabajado. De repente no recuerdan dónde se guarda la batidora o incluso donde queda la puerta del comedor.
Recuerdo a un compañero quien irradiaba confianza a lo largo de toda la reunión, pero le temblaban las manos a la hora de rebanar y emplatar el pastel. A mi memoria viene otro solo que con todo bajo control, se sentó a comer con nosotros, platicando, recogiendo los platos y sin problema para recordar quién estaba sentado donde.
Los retrasos me impidieron sentarme a departir con mis invitados, pero supe por varios de ellos que toda la comida les gustó mucho. Las comidas para 8 normalmente se sirven en un pequeño salón de usos múltiples, sin adornos hogareños ni una cálida lámpara para mejorar el ambiente. Por mí parte, no podía haber reunión sin música, así que dejé a disposición de mis invitados, un dispositivo para que programaran la que ellos quisieran. Esto ayudó a diluir la incomodidad de la espera.
Cuando terminé de recoger los trastos sucios, echar a lavar manteles y servilletas, y lavar pilas y pilas de trastes, me fui a casa deseando fervientemente que a quienes acabamos de tener nuestra comida para 8, nos dieran libre el día (o por lo menos la mañana) siguiente.
Pero nada de eso. A la escuela a las ocho en punto como siempre. Después de todo… ¿Alguna vez a nuestras madres les dimos el día libre tras una jornada extenuante de trabajo doméstico? No. Pero solo ahora logro valorar la dedicación que para tantas mujeres parece ser una especie de obligación. Lo bonito de este logro fue no solo regalar una buena velada a personas cercanas, sino haberlo hecho no por cumplir un requisito o por obligación, sino por gusto.