Entre los últimos textos que escribió Borges está Los Tigres Azules. Es sobre un hombre que al escuchar de un sitio donde existe una raza de este animal, pero de color azul. La fascinación por estos felinos lo llevó a la India, lugar donde radica este felino. Y por qué no?, digo yo, después de todo existe una clase de angora de tonalidad azulosa ¿cierto?
A bordo de la caminadora, las obras completas de Borges me hicieron compañía durante la pandemia. Audiolibros y caminadora. Caminadora al mismo tiempo que audiolibros, fue la salvación de mi salud psíquica en tiempos de sedentarismo y aislamiento, a pesar de que el autor solía jugar con laberintos y el espacio/tiempo, y eso podría enloquecer a cualquiera.
¿Dónde estarán mis cristales azules? Me pregunté al terminar de escuchar el cuento. Recordé que no había vuelto a verlos en años. Eran uno de esos triques que se desbalagan por la casa. Crees que tarde o temprano, aquel discreto tesoro de la niñez volvería a aparecer, pero ni la búsqueda mas exhaustiva me devolvió la cajita ovalada de falso ónix en que reposaba la colección azul. Me invadió un deseo obsesivo por volverlos a sostener, por contarlos, jugarlos entre mis dedos, escucharlos rechinar, tintinear. Pero, ¿cómo pregunto por ellos? ¿Dónde venden algo así? Los cristales estaban en mi posesión desde los once años y nunca desde entonces he vuelto a ver tal cosa. Además, no los compré, me los regalaron. Ni siquiera fue en México, si no en Estados Unidos.
Circulaba por una tienda departamental con mi madre. Uno de esos lugares tan cavernosos que te pierdes en ellos, aburridos como la oficina de un perezoso. Harta de esperar junto a la silla alta donde mi madre estaba siendo maquillada con toda la calma posible por una señorita cuyo asfixiante perfume mareaba, mis manos se pasearon por el mostrador, examinándolo todo. Pronto mis dedos descubrieron que al interior de un macetón no había tierra entorno a la planta de plástico, sino un mar de cristalitos muy lisos y casi iguales entre sí. Planos de un lado, como medias canicas.
–¿Me los puedo llevar? –pregunté a la vendedora mientras guardaba satisfecha las múltiples brochas y esponjas, tras dejar a mi madre reluciente.
–¡Claro que sí, sweetie! –respondió, mientras entregaba a mi madre una bolsa con todos los cosméticos que compró.
Empuñé un montón de aquellas joyas, sintiéndome muy satisfecha.
Algunos de los pequeños cristales se fueron perdiendo con los años, pero la mayoría sobrevivió mudanzas y juegos, acogidos en la cajita translúcida que les conseguí. Los tigres azules; había comenzado a pensar en ellos así desde que leí el cuento de Borges. Volvieron a mí de forma inesperada.
El día en cuestión andaba de malas, porque en el salón de belleza donde estaban por arreglarme las uñas, la empleada repentinamente levantó mi bastón del suelo donde descansaba junto a mí.
–Lo voy a poner por acá.
–Por favor, no toquen mi bastón sin preguntar –exclamé molesta–. Vuélvelo a dejar donde yo lo tenía.
Cómo si mi bastón fuera un florero al que hubiera que buscarle lugar. La tensión era palpable y amenazaba con transformar el manicure, de apacible a irritante. Antes de sumergir una mano en el cuenco de agua jabonosa, preparé mis audífonos para evitar verme obligada a sufrir un silencio incómodo, pero lo que siguió no fue silencio, sino una exclamación gozosa de mi parte. En el fondo de aquél cuenco yacían cristalitos idénticos a los míos, lentos y suaves. Extraje uno y sosteniéndolo entre dos dedos, pregunté:
–¡De dónde sacaron esto?
–Creo que me los regaló mi mamá –respondió una de las manicuristas.
–¿De qué color son? –proseguí emocionada.
–No tienen color, son transparentes.
–¿Saben ustedes dónde los venderán?
–Creo que en Fantasías Miguel.
Jamás había oído hablar de ese sitio, que luego supe, es una tienda de manualidades.
–Son como croquetas de cristal –expliqué al empleado–, pero planas de un lado. Como cuando estás haciendo galletas e intentas darles forma.
El hombre no parecía entender. Me mostró largas tiras de cuentas.
–No, no. Son mas parecidas a las canicas.
¿Cómo es que no traje unos del salón de belleza? Sentí frustración por no explicarme. Hasta pensé en abortar la misión.
–¿Son estos? –preguntó el señor, depositándome en la mano una red de plástico.
–¡Si, estas son!
–Hay azul claro, azul oscuro, color ámbar. Se usan para adornar el fondo de las peceras o los terrarios.
–Me llevo los azules –dije, triunfante.
Los tigres azules volvieron a mí. Los encerré en una caja metálica para crear un instrumento de percusión. El sonido que producen es muy brillante y potente. La última vez que los conté, eran veintitrés.