¡Entrar en automático ya no más!

Ir al teatro. Sentarse en un auditorio. Asistir a una función.

Hoy tuve el gusto de compartir tan grata experiencia en compañía de personas que no acostumbran esta forma de esparcimiento, y quedé genuinamente fascinada por una pregunta que me hicieron.

Se acercaba la hora de entrar así que dije:

– “No se apuren; un timbre nos va a ir avisando que hay que irse alistando. Son tres llamadas.”
– “¿Y la tercera llamada es primero?” Quiso saber una de mis acompañantes.
– “¡¿Cómo?!” Pregunté creyendo haber oído mal.
– “Si… ¿es como en año nuevo… tres, dos, uno?”
– “No, no. La primera llamada va primero, y a la tercera ya hay que estar sentados.”

Esto sirvió para recordarme que no hay que dar por hecho que lo que para uno resulta obvio, no es moneda corriente para todos. De repente mi atención se agudizó al compás de la coreografía que realizamos como parte de ese colectivo aplaudiente llamado público: tomar asiento en un espacio estrecho y elevado.

Prorrumpir en indignado desconcierto cuando la sagrada oscuridad del recinto se rompió fuera de tiempo por un coro estridente de luces. Pedir prestado el programa a un desconocido amable para consultar los pormenores del espectáculo. Enfilar escaleras abajo entre exclamaciones de – “¿Qué te pareció?” Y “¡me encantaron los vestuarios esos raros como de cilindro!” Y “¡no mames, me estaba durmiendo!”

Entrar en automático ¡ya no más!.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *