Baritonitis

Ahora que nos dejó el gran Oscar Chávez, mi abuela exclamó con un suspiro: – “Que lástima. ¡Ese sí tenía voz de hombre! “. Refiriéndose supongo al carácter firme propio del timbre del trovador. Y me quedé pensando… ¿qué es lo que hace algunas voces más agudas y a otras más densas?

Para empezar hay dos factores principales que definen la profundidad de una voz (ya sea cantada o hablada): la longitud y grosor de las cuerdas vocales, y la cantidad de testosterona al interior de nuestro cuerpo. Esas voces tersas y con mucha presencia como la de Oscar Chávez, se conocen como barítonos cuando se trata de hombres y mezzosopranos cuando son voces femeninas. A muchas personas nos gustan por lo sensuales que pueden ser. Son el centro jugoso del espectro sonoro de los cantantes. Incluso hay quienes haríamos lo que fuera por sentir en vivo y en directo la caricia aterciopelada de una de estas voces. Hasta tomar un avión sin saber si lograremos entrar al concierto. Les platico:

Había una vez un barítono ruso llamado Dmitri Hvorostovsky. Cantaba como los ángeles y tenía el cabello platinado como Hyoga el caballero Cisne de Los Caballeros de Zodiaco, o como David Bowie en el papel del rey de los duendes en Laberinto, (otro barítono quien fuera mi primer crush de la vida). Cierto día turisteando por la Ciudad de México, me topé con un enorme espectacular de Hvorostovsky anunciando un próximo concierto suyo en el Palacio de Bellas Artes. Fue como si me hubieran avisado que un dios iba a hacer una breve parada en la tierra. No podía creerlo. Acudí a la taquilla pero emergí destrozada cuando me dijeron que ya todos los boletos estaban vendidos. – “…pero pues puedes venirte a la reventa si deveras tienes muchas ganas”, agregó la señora de los boletos al ver mi desazón. Y así lo hice.

Me imaginaba adherida a una multitud alzando los brazos y meciéndose en el intento de coger un par de entradas que un revendedor hacía pender de un palo de selfie para subastarlas (como cuando en Ms. Saigon el helicóptero ¡se va, se va, se va!), pero la realidad resultó ser mucho más discreta y ordenada. A decir verdad mientras hacía la fila para entrar caí en cuenta que los cantantes de música clásica, más que causar furor en su público, producen una especie de anticipación contenida pero muy atenta. Aún a la hora de los aplausos.

Hvorostovsky se hizo acompañar por una orquesta pequeña. Disfruté mucho las arias de Mozart y Verdi que interpretaron. El concierto fue muy breve y cuando parecía que había terminado, salieron otra vez para hacernos escuchar canciones rusas. Aquí fue donde mi goce se elevó más y más. El verdadero final estuvo a cargo de Hvorostovsky cantando a capella una melodía en su lengua natal. Créanme que a pesar de hallarme en la más remota gayola, se escuchaba perfectamente. Las inflexiones de su voz eran suaves y sin embargo llegaban a mi con absoluta claridad. Los conciertos amplificados por la vía eléctrica sin duda tienen su encanto, pero no se requirió más que la acústica de Bellas Artes para experimentar total cercanía con aquella voz de barítono. Cuando los aplausos irrumpieron en el profundo silencio, fue como si la playa hubiera acudido a escuchar y ahora las olas de gratitud nos arrastrarán a todos.

– “Abuela. (Le pregunté). ¿Te acuerdas de una hoja que te traje de una gira, autografiada y con una dedicatoria para ti de Oscar Chávez? Fue una vez que compartimos escenario con él.”
– “Ah… sí, como que me acuerdo. No sé si todavía la tendré por ahí”. No dije mas.

Investigando un poco sobre El Caifán Mayor encontré que también él pisó Bellas Artes, cosa que me alegra. Ahora estos dos caballeros de voz profunda continúan regalándonos su canto desde el cielo.

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