Plantificado

El confinamiento sigue su curso. Por momentos me invade la sensación de que pasar tanto tiempo en el mismo lugar me está menguando la cordura, y sin embargo creo nunca haber percibido con tanta lucidez el paso de los días, la transición de una estación a otra.

El diálogo de luces y sombras del que soy testigo cada día a través de las ventanas de mi casa hace que la atmósfera al interior nunca sea la misma. Fijo mi atención en las plantas que me hacen compañía y me pregunto cómo se sentirá ser una de ellas. A ver, a ver, hagamos la prueba:

Hace un año estuve muy cerca de morir. Mi hermana Citronela y yo viajábamos en un carrito junto con muchas otras plantas: Albahaca, Hierbabuena y Geranio. El hombre que nos llevaba de paseo se detuvo junto a un parque, pues un grupo de personas deseaba poder apreciarnos mejor. Una chica quien dijo ser un imán para los zancudos decidió llevarnos a vivir con ella, exclamando que nuestro aroma le ayudaría a combatir a los insectos.

La chica nos instaló en su patio donde mi hermana y yo convivíamos cómodamente. Nuestras macetas se tocaban. Nuestras ramas todavía no, pero sin duda eso sucedería cuando creciéramos y nuestras frondas se extendieran. Por encima de nosotras se agitaban unos tubos de metal colgante que producían una vibración muy agradable cuando el céfiro los mecía, que era casi todo el día pues el viento y el polvo no hacían otra cosa que jugar a las carreras y disputarse el privilegio de cubrirlo todo invadiéndonos con su vaivén irritable, a causa del calor que estropeaba el temperamento de incluso la mantis más ecuánime. Las paredes del patio donde mi hermana y yo habitábamos irradiaban un blancor rabioso. Nuestra sed se acrecentaba con el transcurso de la temporada de secas, pero era colmada por el agua que la chica nos vertía diariamente cuando el sol se hallaba bien en lo alto.

Repentinamente un día, recibimos un baño que más pareció un ataque. El líquido que azotó nuestras hojas y subió por nuestras raíces estaba caliente como grito de roca. La buena tierra que normalmente me sostiene y alimenta, ahora me aprisionaba , haciéndome caer en un sopor lento y extenuante del cual me recuperé apenas. Mis cloroplastos dañados me dificultaron fabricar nutrientes hasta casi hacerme desfallecer. Pero mi pobre hermana no corrió con tan buena suerte. Su maceta fue puesta a la sombra para permitirle regenerarse, pero esto no le vino bien y a los pocos días se secó por completo.

Con el paso del tiempo fui trasplantada a una maceta más amplia. Ahora mis ramas se inclinan por los confines de dos paredes de una barda baja que hacen esquina junto a mi. Tengo por vecina a una lavanda muy delicada que a pesar de haber sido reubicada dentro del patio ya dos veces, se rehúsa a florecer. ¡Cómo se nota que algunos especímenes no saben lo que es pasar malos tiempos y sobreponerse a ellos!

Así es damas y caballeros. Yo la maté pero fue sin querer. Jamás me hubiera imaginado que el agua de la llave del lavadero iba estar Como para café. A partir de entonces me aseguro de regar mis plantas con agua de la llave que da a la calle y fluye a una temperatura normal. Mi hermosa Citronela es toda una sobreviviente y está enorme.

Hoy el viento matinal me sorprendió con una calidez que grita: ¡se acerca el verano! El canto de los benteveos y las conguitas me susurra: carretera. Playa. Bosque. Solo espero que el próximo año nos encuentre bien fuertes y flexibles. Y para lograr esto estoy procurando ejercitar la paciencia que admiro en mis mudos congéneres del mundo vegetal.

Dejar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *