La falta de ejercicio físico durante el confinamiento pandémico me ha traído a la mente todos los deportes que alguna vez he practicado.
En especial estaba acordándome de cierto tipo de acondicionamiento parecido a pilates, pero con una cama inclinada. Pilates es una disciplina que alarga y fortalece la musculatura mediante movimientos lentos y precisos. Se saca el mejor partido de ellos valiéndose de props o accesorios, como aros flexibles, pelotas grandes y pequeñas, y tapetes de yoga. No siempre pero sí con frecuencia, se utiliza también una máquina provista de un colchón corredizo donde uno se recuesta, ligas y resortes para trabajar la flexibilidad de las extremidades. Esa máquina se llama reformer. La cama inclinada a que me refiero, es muy parecida al reformer pero es conocida como Gravity. Gravity se llama también la rutina de ejercicios que, usando la inclinación de la cama para aumentar la resistencia, hace trabajar aún más nuestro cuerpo.
Cuando conocí las clases de Gravity, acababa de leer la obra del escritor checo France Kafka. Estaba La Metamorfosis, (la novela aquella donde “Gregorio Samsa” amanece un buen día transformado en cucaracha). Pero mientras yacía boca abajo jalando mi propio peso y me sujetaba con las manos de unos tubos laterales, no pude dejar de pensar en un cuento de Kafka llamado En la Colonia Penitenciaria. Sentía que en cualquier momento mi espalda sería perforada por una avanzada de cuchillos que se adivinaban cada vez más cerca. En algún momento pensé en hacer mención de esto durante la clase, pero la música ambiental reinante y la voz de la instructora que con mucho aplomo nos decía: – “¡Vamos chicas!”, bastaron para guardarme mis sórdidas referencias.
¿Pero qué fue exactamente lo que me hizo revivir el recuerdo de aquella clase de Gravity tras haber leído a Kafka? ¡Ah, si! Estaba saboreando un delicioso arroz con leche cuando me acordé. Quien quiera saber exactamente porqué lo digo, tendrá que leer En La Colonia Penitenciaria.