Circulaba por un andador estrecho, bastón por delante.
Poco a poco me fue necesario disminuir el paso, pues delante mío iban reptantes dos adolescentes muy juntas, embebidas en algo seguramente muy gracioso que manaba del celular que compartían. Mi oído encontró sus risas tan agudas, que le fue imposible desentrañar una de la otra y me sobrevino una sonrisa cuando noté que cada tanto una de ellas emitía una especie de chirriante hipo.
– “¡Perdón chicas!”, dije cuando mi bastón, (tan concentrada estaba yo en sus tintineantes risitas), tropezó con el talón desprevenido de sus zapatos.
– “¡¡No, no, perdón!!”, replicó la hidra al volver las cabezas para mirar. Sus risas cuando retomaron la marcha subieron de tono a tal grado, que en un confín casi migrañoso del asombro me percaté que el hipo intermitente que ahora sobrevolaba como a una octava de distancia, provenía de su celular.
¡Ah, la enervante camaradería de la adolescencia femenina!