Podrá parecer extraño, pero la cuarentena me está ayudando a convertirme en una persona mejor organizada. El tiempo me rinde más, la mente se me aclara y me sobrevienen recuerdos como el que les voy a contar.
Cierto día hace como año y medio, navegaba los pasillos de una farmacia en compañía de una amiga quien es más de 10 años menor que yo. De pronto mi amiga dice: – “¡Mira Mari, chocolate de tablet como el que tanto te gusta!”, y efectivamente, me hallé sosteniendo una tablilla grande de chocolate oscuro, que de inmediato escapó de mi mano y patinó por el piso haciendo tsssss. Me lancé por ella pero no podía, no podía ponerme de pie, invadida por un ataque de risa que pronto se le contagió a mi amiga quien se unió a mi sentándose a medio pasillo.
– “¿¡De qué te ríes!? ¿¡De qué te ríes?!” Me preguntó. – “Es que… es que… ¡no es de tablet, es de tablilla! Al chocolate así le dicen… o bueno hasta donde yo me quedé le dicen de tablilla, no de tablet. ¡Ay amiga. Ahora sí salió a relucir la paca de años que nos llevamos!”
Nos quedamos ahí sentadas hasta que la risa loca se nos pasó, con personas circulando por un lado de nosotras con mucho cuidado, y las ruedas de un carrito de super mercado tan cerca de mi cara como no habían vuelto a estar desde mi último berrinche de la infancia.
Rememorar esto me hace pensar en los famosos millennials. A ver, a ver. ¿Qué otras cosas he oído decir sobre los millennials? Que la revolución digital no los espanta, al contrario. Que le huyen al matrimonio. (Aunque mi amiga, la que les digo ¡se casó a los 22!). Que hay en ellos cierta pasividad, pues buscan salvar al mundo pero solo en horario de oficina. Que son mas empáticos, sabios y tienen un nivel de conciencia vibracional elevada. (Ah no, esos eran los niños Índigo). Oigan por cierto, ¿Alguien sabe qué fue de los niños Índigo? ¿Estaremos ya cosechando los frutos de su influencia mística e inteligencia superior?
Disculpen que me ría mientras escribo estas palabras, pero es que me acordé de un mal psicólogo quién durante una sesión me preguntó: – “¿A ti te salieron las muelas del juicio?” – “No, nunca me salieron.” – “Ah pues esa es una señal de que estás mas evolucionada que muchos de nosotros y eres niña índigo.”
Y yo como buena recolectora de consejos y nortes, me lo quise creer. Pero las bondades del efecto Barnum son ingratas, turbias, y cuando se dispersan te dejan más sumido en la normalidad que nunca, cosa que bien vista no tiene nada de malo. Y no hay como los efectos democratizadores de una pandemia para poner los pies sobre la tierra.
El tiempo transcurre, pasa, fluye. Eso no se puede negar. A veces parece rebasarnos y a veces estancarnos. ¿Se han sentido identificados con la frase, ¡paren el mundo que me quiero bajar! Yo si. Y en este momento digo, gracias mundo por ralentizar tu ritmo y así permitirme replantear las herramientas con que intento cabalgarte mientras te aporto algo valioso. Hoy las etiquetas tontas y comparaciones arbitrarias salen sobrando.
Extraño a mi amiga la del chocolate de tablet. Extraño hacer música. Pero si salimos bien librados de esta, no me cabe duda que cada uno de nosotros devendrá en una persona mejor.