Del mismo modo que hoy a las redes sociales se las considera un sucedáneo de la realidad, cuando yo era niña llegué a escuchar que algunas personas se referían al televisor como “la caja idiotizante” o “la nana electrónica”.
Si acaso la televisión fué mi nana, era una nana que me cantaba, pues de ella manaba la música en sus más variados sabores. En especial las canciones y soundtracks de las caricaturas, telenovelas y películas de Disney, constituyeron la dieta básica durante mis primeros 12 años.
Pero por supuesto la televisión tenía muchas cosas más que enseñarme: a anhelar el pastelito alto en grasa parcialmente hidrogenada, a anotar en mi cartita para el Niñito Dios la muñeca que rompía en un despliegue de lucesitas cuando la abrazabas, y a soñar con desposar a un príncipe azul. Curiosamente esto último jamás me llamó la atención. Nunca le reproché a Disney que sus películas terminan en boda, cuando a cambio de aquel final insípido, me regalaron tantas canciones, poderes mágicos y aventuras.
Desde “Mujercitas” hasta “Las Guerreras Mágicas”, pasando por “Las Chicas Superpoderosas”… nunca soñé con el primer beso, el primer hijo, ni el primer nieto. Tener una mejor amiga y estar juntas para siempre. Ser parte de un grupo de chicas que salvan al mundo. Viajar lejos y escribirnos largas cartas incluso desde el más allá… con eso fantaseaba yo.
Irónicamente, en los últimos 5 años he visto desfilar a la gran mayoría de mis conocidas, amigas, parientes y miembros de mi banda, sin prisa pero sin pausa hacia vidas que incluyen pareja, hijo, cambio de ciudad o alguna variante de todo lo anterior. Unas dejaron definitivamente atrás la vida artística, otras encaran la apuesta de intentar que funcione todo a la vez. Lo que parece innegable es que a cierta edad las prioridades se definen. Y ninguna terminó por compartir el ideal de sororidad que yo daba por un hecho, con la misma naturalidad con que otras planean su vestido de novia.
Si esta margarita se ha venido deshojando a lo largo de los últimos años, el confinamiento terminó por arrancarle todos los pétalos. Y he aquí que me veo enfrentada con una idea que siempre me fue adversa: la de generar un proyecto musical propio.
En una época donde menos es mejor, y donde el concepto de formar parte de una banda es cada día más insostenible, por primera vez me pregunto si sería verdaderamente capaz de levantar una iniciativa musical desde cero. ¿a qué sonaría? ¿Qué instrumentos incluiría y quién los tocaría? ¡Cuánto lamento no ser la mujer orquesta para poder hacerlos sonar todos yo! Sin embargo de alguno u otro modo la música será siempre una labor de equipo. La palabra SOLISTA nunca me ha gustado pues me remite a una figura solitaria cuyos músicos casi desconocidos tocan principalmente por dinero. Pero pues ya veremos.
Dicen que las ensoñaciones pasadas de la niñez no nos hacen ningún bien. No obstante creo que al final yo aspiro a lo mismo que todo mundo: consolidar un proyecto de vida de la mano de alguien más cuya prioridad sea ese mismo proyecto. Las artes siempre me han parecido lo más elevado y lo mas bello, pero ninguna belleza alegra el corazón como el calor humano. ¿La conjunción de ambas cosas será mucho pedir?