Hijos, ¿por qué no?

Mientras escribo estas líneas me encuentro en la emocionante espera de una sobrina que está por nacer. Ya tenemos dos varoncitos en la familia, así que no soy la única que ha comenzado a fantasear con qué regalarle a la niña cuando nazca, cómo sería ponernos a ver “Heidi” u otras caricaturas que me gustaban a tierna edad, en cómo sería ir juntas a comprar ropa o simplemente, convivir.

“¿Y tú para cuándo?”, pregunta algún curioso, o algún pariente esperanzado. A lo cual no puedo más que responder, “Pues no. Yo ya no.” “¿Y por qué no? Teniendo quien te ayudará sí podrías”.

La razón es muy simple: no se me antoja tener hijos. ¿Pero fue siempre así? No. La verdad es que aún cuando ser madre nunca figuró en mi perspectiva vital, llegué a considerar la posibilidad seriamente cuando más de alguna pareja mía se ilusionó con la paternidad. Y me dije, una de dos: o no voy a tener hijos, o tendré uno, y de lo que tenga adopto lo contrario. Si tengo niño, adopto una niña. Si tengo niña, adopto un niño.

Pero las circunstancias adecuadas nunca se dieron y terminé por descartar la idea. ¿Y esto me pesa? No. Lo que he lamentado en el alma es la desbandada de mis círculos sociales en los últimos años, como consecuencia del torbellino de amigas, parientes y conocidas que se han ido embarazando, casando y mudando. Más que querer ser madre, por momentos quisiera querer ser madre.

No debe pensarse sin embargo que quien no desea procrear es una especie de misántropo gruñón. Por mi parte siento (y siempre he sentido) un fuerte vínculo con el mundo de la infancia. ¿Entonces eres bien niñera, te encantan los niños? Pues no necesariamente. Son personas como cualquiera. He adorado a algunos, otros me caen mal y otros me han dado igual. Pero mis épocas trabajando en un museo interactivo para niños, haciendo de cuentacuentos o creando contenido infantil han sido sin lugar a dudas de las mejores y más divertidas de toda mi vida. Deseo seguir cercana a la visión de niños y jóvenes, de su sentido de lo nuevo y lo posible.

Existe sin embargo un factor del que he ido cobrando más y más conciencia, y que se ha sumado poderosamente a mi “no” decisivo, ante la cuestión de reproducirse. A una mujer embarazada, a una mujer con un niño pequeño, a una mujer que tiene un hijo de la edad que sea, todo mundo parece siempre estarle diciendo que hacer y cómo hacer las cosas. Las recomendaciones y consejos de amistades y familiares podrán ser bienintencionadas. Las campañas promocionales de juguetes, clases y hasta escuelas, podrán no tener otro trasfondo que el de querer vender… lo cierto es que según mi percepción del mundo que nos rodea, no hay miembro más vulnerable en nuestra sociedad, que la madre de un bebé o un niño pequeño. Ni siquiera el propio niño, pues mientras su madre ha pasado a ser la primera responsable, él es en realidad el más importante.

Me gusta pensar que quienes decidimos no tener hijos, estamos para echar la mano a quienes sí. Con nuestro tiempo, energías, atención o cualquier otra clase de recursos. Me gusta también pensar que todos estamos en constante proceso formativo y que por lo tanto, nuestra salud, nuestras emociones, nuestros intereses y capacidades, son tan valiosos como los de cualquier menor de edad. La diferencia está en que como adultos, podemos ayudar a crecer a los demás.

El término madurez me resulta cada día más absurdo, pues la gran mayoría de las personas cargamos con un niño herido dentro, y eso no lo cura el simple paso del tiempo. Se requiere una actitud mucho más activa, del mismo modo que el advenimiento de la pandemia nos ha llevado a hacernos plena y constantemente cargo de nuestra alimentación y salud. Crear para los niños un entorno en el que no tengan que preocuparse a cada paso por el futuro, y dejar de comportarnos como desencantados rectores del planeta, es creo, el camino que me gustaría despejar para mi sobrina.

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