Mis tiempos

En todas las escuelas a las que alguna vez asistí, se cursa el ciclo escolar en compañía de las mismas personas. Es decir, existen grupos divididos más o menos por edad, en donde se espera que los que cursan determinado semestre o año, se encuentren al mismo nivel de conocimientos.

De igual manera se comparten experiencias, chismes, puntos de vista. De modo que los mismos compañeros terminan por figurar durante etapas enteras de nuestra vida. No así en el curso que estoy llevando en estos momentos.

En esta formación con duración menor a un año para personas ciegas, todo el tiempo se titulan unos e ingresan otros. Los de nuevo ingreso pueden tener 18 años o 50, provenir de ámbitos desfavorecidos o privilegiados, ser estudiantes, profesionistas o estar desempleados. El único requisito para enrolarse en esta certificación en habilidades de la vida diaria, es tener una discapacidad visual avalada por un médico especialista, y ser mayor de edad.

Los recursos económicos para costear estos meses de intensa preparación, provienen del gobierno estatal de cada participante, o como es mi caso, de una beca. Siendo mexicanos podemos pasar horas, ya sea idealizando el sueño americano, o criticando la incultura y el capitalismo de nuestros vecinos del norte. Sin embargo, no puedo más que admirar las oportunidades de superación que un programa como este, ofrece a los adultos con alguna discapacidad visual. Ojalá en México pudiéramos correr con tan buena suerte.

Algunos de mis compañeros son de otras nacionalidades. Sus familias ya llevan años radicadas acá, así que hasta ahora soy la única sin prospectos de integrarse a la fuerza de trabajo estadounidense. También tengo maestros mexicanos quienes me dicen: “¿qué estás haciendo en México? ¡Vente para acá, allá no hay nada para los ciegos!”

¿Qué puedo decir? Amo México, amo viajar, amo aprender, pero sobre todo, me encanta que exista un programa donde los recursos, las esperanzas y las expectativas están depositadas en la población adulta. Sobran investigaciones sobre la plasticidad del cerebro de los bebés, el instinto inquisitivo de los niños y el arrojo con que los adolescentes enfrentan la vida. ¿Pero qué hay de aquél ser plagado de lastres y dudas conocido como adulto?

Me alegra pensar que tenemos la oportunidad de hacer algo más que simplemente preservar el sistema para que los más jóvenes puedan florecer en él. Creo que aunque llegue a los 80 años nunca usaré la expresión: ¡en mis tiempos!

Mientras siga con vida no dejarán de ser en mis tiempos, y si puedo hacer algo para mejorar el mundo más allá de simplemente dejarme llevar, lo haré.

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